EL ANFITEATRO

EL ANFITEATRO

El anfiteatro era un edificio elíptico dedicado a ofrecer espectáculos de gladiadores. Su capacidad era de unos 14.000 espectadores y fue construido durante la primera mitad del siglo II dC. Durante el imperio de Heliogàbal, a inicios del siglo III, el anfiteatro experimentó algunas reformas. Poco tiempo después, el 21 de enero del año 259, en la misma arena, el obispo Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio fueron quemados vivos.

La Iglesia de Tarragona construyó en el siglo VI una basílica en memoria de los mártires, posiblemente en el espacio preciso donde los santos fueron inmolados.

Sobre esta construcción, en el siglo XII, se levantó un nuevo templo bajo la advocación de Santa Maria del Miracle, como lo documenta una bula del papa Anastasi IV, fechada en 1154. En el siglo XVI el frailes trinitarios erigieron un convento al lado del templo. La comunidad perduró en este espacio hasta el siglo XVIII.

«Así, una vez en la puerta del anfiteatro, a punto de entrar en la corona immarcescible más que a la pena, en presencia de los oficiales cuyos nombres hemos dicho más arriba, que vigilaban aunque fuera a causa de su oficio, Fructuoso, inspirado por el Espíritu Santo que hablaba en él, dijo, de manera que lo sintieron tanto los oficiales como nuestros hermanos: «Ya no os faltará pastor, y el amor y la promesa del Señor ya no podrán fallar, ni en este mundo ni en el otro. Porque eso que estáis viendo es debilidad de una hora.»
Después de consolar así a los hermanos, entraron en la salud, dignos y felices de percibir hasta en el mismo martirio el fruto prometido en las Sagradas Escrituras. Aparerecierón semejantes a Ananies, Azaries y Misael, ya que también en ellos estaba presente toda la Trinitat Divina; para que ademanes en medio del fuego de la tierra,el Padre no les faltaba, el Hijo acudía a su ayuda y el Espíritu caminaba por el medio del fuego. Y cuando se consumieron los cordeles con qué los habían atado las manos, Fructuoso, pensando en la costumbre que tenía cuándo estaba en plegaria, se arrodilló, lleno de alegría, seguro de la resurrección, y extendiendo los brazos en forma de la cruz del Señor, rogaba a Dios» (Passio Fructuosi, 3).